Testimonios 2010

Un mar de fueguitos.
Fue un proyecto que nació de los corazones de un grupo de jóvenes. Y latió al ritmo de ellos. Fue emocionante verlos trabajar y buscar los caminos para que el encuentro se produjera. Aún con las dificultades del idioma, lograron descubrir que el Amor es el lenguaje universal. Y todavía hoy siguen hablando ese idioma. Porque los proyectos no cesan. Porque parte de sus corazones han quedado allá, y se han traído parte de los corazones de un pueblo que se abrió al encuentro.
Estos jóvenes tienen alas. Se han animado a volar. Y remontando vuelo, nos animan también a nosotros a vivir experiencias que nacen de sus sueños, y alimentan los nuestros. A volar juntos, y re descubrir que vale la pena luchar por un mundo mejor, más justo y solidario.
“Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.
- El mundo es eso. Reveló -. Un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende”.
“El mundo”. Eduardo Galeano. "El libro de los abrazos"
Gracias, chicos, por encender mi llama.
Guille León.

La mejor experiencia de mi vida…
Desde que empezamos a organizar el proyecto no teníamos idea con que nos ibamos a encontrar allá… algunas palabras del Hno. Pablo y el Hno. Guillermo que ya habían ido nos iban guiando, pero todos teníamos la sensación de que integrarnos con ellos iba a ser una tarea muy difícil. Llegamos a la Misión Nueva Pompeya y al otro día a las 6 de las mañana, nos levantamos y nos preparamos para conocer el colegio. 
En el viaje hacia la escuela se produjo el primer encuentro, los saludamos, y ninguno nos dirigió la palabra... ahí fue cuando nos miramos y nos empezamos a preocupar.
El primer día en el colegio fue hermoso, todos nos presentamos aunque muchos no nos entendían, desayunamos mate cocido con unos panes tremendos que cocinaban ahí y comenzamos con los juegos. Con mi grupo habíamos organizado las actividades para quienes pensábamos que eran los más chiquitos (1 y 2 grado) hasta que vino Guille a decirme que había jardín. Apenas me entere me fui corriendo a la salita, y desde ese momento estuve todas las mañana con ellos. No había pasado ni un minuto, y era increíble como entraban en confianza, el cariño que te daban. No nos entendían una palabra de lo que les decíamos, pero igualmente te abrazaban, te agarraban para jugar, desesperados por que les des la mano para ir al patio.
Había uno que siempre se mantenía alejado, no jugaba, estaba solito… Fui a buscarlo, me lo lleve a upa, y desde ese momento no lo pude soltar. Ese nene era especial, por lo menos para mi… chiquitito, 4 años, y se llama Luchi. Pensaba que no me entendía nada hasta que la seño me contó que era el único que hablaba castellano, y ahí me di cuenta que no me dirigía la palabra por tímido. Una vez que entro en confianza ya no podía soltarlo… no solo porque no paraba de pedirme upa, sino también porque yo no quería dejarlo. Cuando la seño me contó la historia de Luchi se me caían las lágrimas, apenas 4 años y hacia un año sus papas lo habían abandonado. Si hubiese podido, me lo traía a mi casa. Es inexplicable lo que uno siente cuando puede alegrarle la vida, por lo menos por un rato, a alguien, cuando una personita tan inocente como el te mira y te abraza habiéndonos conocido desde hacia apenas un rato. 
La mejor experiencia de mi vida… me sentía como si perteneciera a ese lugar, no quería irme, y si me hubiesen ofrecido quedarme, hubiese dicho si sin dudarlo. Cuando llegue a mardel les contaba a mis amigos y familiares y les decía: tienen que vivirlo para sentirlo, es una experiencia única, totalmente diferente a las demás. El haber viajado a Chaco me ayudo a ver mas haya de los problemas que tenemos normalmente. Como podemos preocuparnos tanto por cosas sin importancia después de ver tanta gente que vive en estas condiciones? Este viaje cambio mi forma de pensar… hasta cambio la idea que tenia en cuanto a mi futuro una vez que terminara el colegio. Siento que algo adentro mío cambio para mejor…crecí. Nunca voy a olvidarme de esta experiencia, del lugar, de las personas que conocí y sobre todo de lo que sentí. En pocas palabras recibí mucho más de lo poco que di.
…ya estamos organizando para volver el año que viene.
Naza.

Corazones sin fronteras
Tres días. Sólo tres días fueron los que tuve para conocer, integrarme, entrar en confianza y adaptarme a tantas cosas diferentes que se me presentaron cuando empezó esta hermosa experiencia. En estos pocos días, sin embargo, viví cosas inexplicables, que nunca me hubiera imaginado.
El primer día fue muy difícil la tarea de relacionarnos con los chicos, pero sólo en un principio, porque esa sencillez con la que viven, la humildad de darte hasta lo que no tienen, la dulzura de sus caritas, esas manitos que se las ingeniaban para hacer desde una pulserita hasta formitas en arcilla, esos ojos con mirada profunda que te llegaban al alma. Son cosas que a uno le llegan, e hicieron que día a día, nosotros pudiéramos compartir más con ellos a pesar de la dificultad del lenguaje que muchas veces nos limitaba para el entendimiento, sobre todo con los más chiquitos.
Destacaría muchas cosas de la estadía: las ganas que todos le pusieron a pesar del cansancio (todos se iban a dormir con una sonrisa dibujada), la unión propia de nuestro grupo, el aguante de los más grandes; pero no hay que olvidarnos tanto de los Wichís como de los criollos que supieron como entrar en nuestros corazones. Es increíble la relación que se creó en tan poco tiempo, que quedó demostrado en la pronta despedida que tuvimos que hacer por problemas ajenos a todos nosotros, cuando cayeron lágrimas por todas las caritas llenas de tristeza por la partida. Fue muy duro haber tenido que decir chau, cuando todos hubiéramos preferido quedarnos ahí unos meses más.
Por suerte hoy en día mantenemos contacto con ellos, y sentimos desde acá su cariño.
Yo no me animaba a hacer este viaje en un principio, tenía miedo sinceramente, pero ahora que llegué, pienso en cuán arrepentida estaría si no hubiera ido, fue lo mejor que viví! Y lo volvería a hacer, miles de veces. Gracias a todos los que colaboraron de alguna manera, para que este viaje se pudiera llevar a cabo, todos forman parte del proyecto! Gracias de nuevo, y no se olviden de que más allá de nuestra cultura hay otra llena de riquezas para compartir, almas puras, corazones sin fronteras.
Maru León

Juntos se puede
Cada vez que hablo del viaje me emociono y se me hace un nudo en la garganta. Es que es casi increíble que en 1 semana (y solo 3 días que pudimos ir a la escuela de allá) haya pasado tanto. Si hubiéramos podido estar más tiempo no me imagino como hubiéramos vuelto. Se trató de una experiencia (desde mi punto de vista) en la que en todo momento estabas ganando algo, porque debe haber gente que piense: "fueron, llevaron cosas, compartieron actividades, que lindo." pero fue mucho más que eso. Fue una simple convivencia, sí, pero en la que constantemente estuvimos apoyándonos, aprendiendo algo nuevo, de una cultura diferente o dándonos cuenta de cosas de la nuestra, divirtiéndonos (y mucho), cantando, tomando mate cocido, en fin. Fui a una imagen que me mostraron, a una foto de gente que necesitaba apoyo y volví, sin querer volver, de un lugar donde lo importante es que seas vos, que sientas lo que haces, donde no importa si no te entendés por el idioma porque con una mirada sabés todo, de un lugar donde dejamos todo y, aún así, volvimos con más de lo que teníamos. 
Caminamos todos los días cinco kilómetros de ida, y otros más de vuelta, de la misión (el paraje de los hermanos en el pueblo) a la escuelita del paraje del Sapo. Ahí siempre estábamos haciendo algo (sacando la siesta de la tarde donde el pasillo del patio se plagaba de gente durmiendo en el piso) jugamos con la pelota, cantamos (canciones nuestras, canciones de ellos, canciones infantiles), bailamos, modelamos arcilla, hicimos pulseras, pintamos la parte de adelante del colegio, visitamos la gente que vive en el monte, aprendimos wichí, aprendimos japonés (grande Claudio), apicultura, historia, lengua, a hacer un bombo, a saludar con dos besos, en fin, miles de cosas.
El último día hicimos el focón, creo que nunca vi que un grupo se una tanto como pasó en esa noche. Éramos (como dijo una amiga) un gran grupo de jóvenes divirtiéndose. No éramos nosotros y ellos, éramos todos. Somos todos. El grupo que se armó único, por eso también podemos plantearnos el ir por más.
Por mi parte me di cuenta de muchas cosas de mi vida en este viaje, me di cuenta que el "juntos se puede" es cierto, me di cuenta que hay que estar más orgulloso de nuestra cultura y nuestras raices, me di cuenta que existen muchas preocupaciones sin sentido y que hay cosas más importantes, creo que es una experiencia que el que tenga la oportunidad no tendría que dudar en vivirla. GRACIAS A TODOS LOS QUE HICIERON POSIBLE EL PROYECTO CHACO.
Mara

Me llenó el corazón
Este proyecto que surgió desde el espíritu de un grupo de tercero polimodal y a quienes me tocó acompañar durante el proceso y realización del mismo, me llenó el corazón de alegría y entusiasmo para continuar en la tarea que más me llena y gusta hacer que es poder aportar un granito de arena en la felicidad de los demás.
El resultado para mi fue mucho más grande de lo que esperaba ya que todos pudimos aprender de los demás, tanto en el grupo interno como en la visita al pueblo Wichí que nos abrió su corazón y sus vidas.
Por toda la experiencia vivida quiero agradecer a todas las personas que hicieron posible esto, a los 23 chicos de tercero polimodal y al equipo (Pablo, Adriana, Guillermo y Claudio) .
Muchas gracias.
Laura Montecara

Akosweto
Cuando uno piensa en Chaco, ¿que se imagina?, un monte con árboles, o desiertos tal vez, plantas extrañas, insectos, todo tipo de bicho raro, la famosa vinchuca que tanto tememos, gente humilde y hospitalaria que cocina comidas caseras... Puede ser; pero ¿quién podría alguna vez imaginar que uno de los mejores viajes iba a ser este? No me refiero a un viaje con valores materiales, me refiero a uno puramente de sentimientos. Felicidad, tristeza, diversión, aburrimiento, indiferencia, compasión, angustia, alegrías, etc... Todo se mezcla cuando uno esta allá. Creo que estando en el paraje, compartiendo con la comunidad Wichí todos los días, nos pudimos dar cuenta las diferencias, positivas y negativas que tenemos. El impacto es grande, mas todavía cuando vamos mentalizados en aborígenes con arco y flecha y nos encontramos con adolescentes con celular y moto. Pero en contraste, la cultura sigue prácticamente intacta, aunque este viaje pueda que nos haya cambiado la forma de pensar y del término solidaridad. Si me pidieran una palabra para describir todo lo que sentí, seria: Akosweto (alegría).
Fede Capirone

Abrir los ojos y el corazón
El 15 de agosto partimos a Misión Nueva Pompeya sin saber con qué nos encontraríamos. La incertidumbre prevaleció durante todo el trayecto. Sólo pudimos descubrir las respuestas cuando arribamos al destino.
Lo primero que observé fue el paisaje chaqueño. A los costados del camino había vegetación baja y seca, propio de la época del año donde escasea la lluvia. La falta de agua se veía reflejada en la piel de los niños, como luego pude comprobar. Sus manos eran rasposas y los labios partidos.
La decisión de quedarnos a dormir en el pueblo que estaba a 5 km de la escuela, me permitió vivir el sacrificio que significa caminar tanto todos los días, poniéndome en el lugar de los pompeyenses. 
El primer contacto que tuvimos con la comunidad wichí fue durante el recorrido de esos 5 km. Observamos a todos los chicos que iban a clase (y ellos también a nosotros). Los alumnos se iban sumando de senderos laterales y muchos de ellos aprovechaban el paso de la camioneta de los hermanos para ahorrarse caminar. Otros iban en bicicleta pero el medio más importante era la moto. Mientras íbamos avanzando nuestra cabeza no paraba de pensar. Alegría, ansiedad, incertidumbre, miedo. Sentimientos encontrados ¿Nos recibirán bien? ¿Se dejarán conocer? ¿Hablarán castellano? Estas fueron una de las tantas dudas que no me permitieron quedarme tranquila hasta el momento de entrar a la escuela. Los chicos nos estaban esperando detrás de las rejas. Durante todo la mañana nos miraron sin hablar. Intenté acercarme a un grupo de chicas. Me presenté pero sólo se reían y hablaban wichi entre ellas. A partir de ese primer encuentro, pensé: “No voy a poder comunicarme nunca”. A mí me tocó estar con el grupo de primer grado. De tercer grado para abajo no hablan castellano. Por lo tanto, para realizar las actividades planeadas nos ayudó un traductor. Sin él los juegos no hubiesen tenido éxito. Las barreras del idioma se superaron con sonrisas, abrazos o gestos afectuosos como tomarse la mano. Ellos no nos entendían y nosotros tampoco a ellos. Sin embargo, nos sentimos unidos. Participamos de una clase de música con alumnos de octavo año. Uno de ellos, Gaby, dijo: “Yo defiendo a mí cultura porque siento que es tan importante como cualquier otra”. Luego, nos contó su historia personal. Fue abandonado por sus padres “criollos” al nacer y adoptado por una familia wichi. A pesar de no tener sangre wichi, habla de la etnia que lo recibió con orgullo y emoción. Otro aspecto que captó mi atención fue la cantidad de carteles bilingües colgados en los pasillos con frases tales como: “Ayudamos a los más pobres” y “Repartimos lo que tenemos”. Extraño fue para nosotros leer estos carteles en un lugar donde la mayoría vive sin agua, sin luz, en casas con piso de tierra y techo de barro y bolsas de residuos. 
Al pasar las horas, la confianza crecía. Conocí a Luis, Néstor, Roberto, Julio, Ernesto, Daniela, Elvio, Celso. Nombres criollos con que fueron anotados en el documento pero, en sus casas, lo llaman con nombres wichi.
El momento más especial para mí fue la noche de despedida. Cada uno de nosotros mostró su “talento” sin vergüenza, como si nos conociéramos desde siempre. Ellos bailaron hip hop, Michael Jackson y cantaron en wichi canciones propias. Nos regalaron papeles donde escribieron palabras de su idioma para que pudiéramos conservarlas. La integración se había logrado. Fue muy difícil decir adiós. En realidad, esta no fue una despedida sino el comienzo de una relación. Al llegar a Mar del Plata, recibí mensajes donde me contaban que se habían reunido para planear venir a nuestra ciudad. Sentí una gran satisfacción. Mi objetivo ahora es colaborar a que concreten ese sueño. Deseo que, de ahora en adelante, otros alumnos del colegio puedan vivir lo que experimentamos nosotros. La decisión de realizar este viaje me permitió abrir los ojos y el corazón.
Rochi

Ser capaces de comprometerse
Esta experiencia me enseñó mucho. Me enseñó cómo un grupo de adolescentes de una determinada clase social pueden emprender un proyecto de total solidaridad y empatía para con gente de una realidad completamente opuesta. Ser capaces de comprometerse con una cultura de recursos escasos, de un modelo de vida basado en la solidaridad y compromiso para que, a partir del granito de arena de cada uno, hacer una convivencia sana y óptima.
Me enseña que todavía hay esperanza de cambiar la realidad; que hay gente que hace oídos sordos a lo que dicen los medios de comunicación y que no se dejan llevar por la desesperanza social generalizada, y ponen cabeza y trabajan por aquellos que más lo necesitan. Pero que muchas veces esa necesidad no es material, sino afectiva, o simplemente un oído. Por que en particular los Wichís, son un pueblo que necesita ser escuchado, y esa fue una forma de ayuda que por más simple que aparente ser, les significa una posibilidad de intentar dejar de ser marginados por un sistema que avanza y deja de lado, más de lo que integra y comprende.

Fede Vicente


Ser capaces de comprometerse 
Esta experiencia me enseñó mucho. Me enseñó cómo un grupo de adolescentes de una determinada clase social pueden emprender un proyecto de total solidaridad y empatía para con gente de una realidad completamente opuesta. Ser capaces de comprometerse con una cultura de recursos escasos, de un modelo de vida basado en la solidaridad y compromiso para que, a partir del granito de arena de cada uno, hacer una convivencia sana y óptima. 
Me enseña que todavía hay esperanza de cambiar la realidad; que hay gente que hace oídos sordos a lo que dicen los medios de comunicación y que no se dejan llevar por la desesperanza social generalizada, y ponen cabeza y trabajan por aquellos que más lo necesitan. Pero que muchas veces esa necesidad no es material, sino afectiva, o simplemente un oído. Por que en particular los Wichís, son un pueblo que necesita ser escuchado, y esa fue una forma de ayuda que por más simple que aparente ser, les significa una posibilidad de intentar dejar de ser marginados por un sistema que avanza y deja de lado, más de lo que integra y comprende.Unir a todos los pueblos que formamos esta Nación.
Se me hace muy difícil reunir en pocas palabras, lo intensamente sentido en los días vividos en La Misión de Nueva Pompeya (Chaco) y en el Paraje Pozo del Sapo donde funciona el Colegio Bilingüe Marista (Wichi-Castellano).
De todas maneras, deseo enfocarme en la vivencia de la Solidaridad, no basada en lo material que llevamos y que además fue mucho, sino en las acciones y actitudes, en la profundidad de los sentimientos de los chicos que hizo que naciera y floreciera una solidaridad plena en los corazones de todos. Con el correr de los días se evidenció el verdadero trabajo grupal realizado en los meses anteriores al viaje, dejándonos una marca en el corazón cuando iniciamos el regreso.
Todos los chicos, se mostraron claros y homogéneos al llevar a cabo el objetivo, de alcanzar el intercambio cultural, trabajaron para alcanzarlo, dejando invisibles las diferencias personales. Pudimos sentir la solidaridad, aunque primero debimos sortear el ansiado primer día e inmediatamente después tuvimos que ponernos a trabajar para buscar alternativas que reemplazaran algunas de las cosas planeadas. Necesitábamos encontrar diversas maneras para lograr la comunicación, la comunión, la fraternidad. Felizmente se logro y el último día, en el fogón, se mostraron todos los corazones unidos a través de distintas formas de expresión: cuentos, canciones, bailes, abrazos…..
Fue allí cuando las diferencias que habían aparecido el primer día, que parecían difíciles de sortear, desaparecieron y todos nos sentimos hermanos. Este hermoso sentimiento de fraternidad nacido a partir de esta profunda experiencia nos deja ahora la responsabilidad como Maristas, de ser transmisores de esta solidaridad y además, nos compromete como argentinos a construir nuevos caminos, que logren unir a todos los pueblos que formamos esta Nación.
Al final deseo de todo corazón agradecer a todos los que nos acompañamos en este viaje, fue un placer haber compartido esta enriquecedora experiencia junto a ustedes.
Adriana E. Andreasen

NANFWESHU MAK TOJ IS ALHUHU (Juntos nos va mejor)
Queremos agradecer a todos aquellos que colaboraron para que este sueño se haga realidad. Muchas manos desinteresadas fueron acercándose. Ya sea con donaciones o con su trabajo. Personas y empresas. Todos juntos pudimos. Y este es un hermoso aprendizaje. Que comenzamos acá, y pudimos ponerle palabras allá. Palabras que nuestros hermanos Wichí ya conocían: NANFWESHU MAK TOJ IS ALHUHU (Juntos nos va mejor)

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